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  Pastor David EJ

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La Reforma: Un Llamado Siempre Presente

11/2/2025

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Cada 31 de octubre recordamos aquel momento en que un monje, armado solo con su fe y una pluma, se atrevió a desafiar la oscuridad de su tiempo. Martín Lutero no buscaba fama ni ruptura, sino verdad. No pretendía dividir, sino purificar. Sin embargo, su gesto fue tan radical que terminó encendiendo un fuego que cinco siglos después todavía arde en los rincones de la historia.

Hoy, ese fuego parece tenue en medio de un mundo saturado de luces artificiales. Pero la Reforma sigue viva. No como una celebración eclesiástica ni como una bandera denominacional, sino como un llamado interior: volver a la fuente, volver a Cristo, volver al Evangelio que libera, cuestiona y transforma. Lutero clavó sus 95 tesis en un muro de piedra. Nosotros hoy tendríamos que clavarlas en los muros del alma, donde muchas veces se han levantado nuevas indulgencias: la religión del poder, la fe del consumo, el Evangelio del ego.

Las indulgencias de hoy ya no se venden con pergaminos, sino con promesas de éxito espiritual, con mensajes diluidos para que nadie se incomode, con templos que parecen centros comerciales del alma. Y quizás, sin darnos cuenta, necesitamos una nueva Reforma, no contra Roma, sino contra nuestra propia comodidad.

Porque el pecado de la Iglesia moderna no es la ignorancia, sino la indiferencia. Hemos aprendido a hablar de Dios con corrección, pero no siempre con compasión. Sabemos citar versículos, pero a veces olvidamos practicar la justicia.
La verdadera Reforma no comienza en los concilios ni en los púlpitos, sino en el corazón que se deja interpelar por la Palabra. “Ecclesia semper reformanda est” —la Iglesia siempre debe reformarse— no es una frase bonita para libros de historia; es un principio de vida espiritual.

Cada generación, cada creyente, necesita volver a escuchar la voz que dijo: “El justo por la fe vivirá.” Esa fe no es pasiva. Es fe que se convierte en acción, en denuncia, en esperanza. Fe que alimenta al hambriento, que abraza al migrante, que acompaña al que sufre en silencio. Fe que no se queda en el altar, sino que camina por las calles del mundo herido. Porque la Reforma no fue un debate teológico: fue una revolución del alma. Y toda alma reformada se convierte en instrumento de transformación social.
Si Lutero viviera hoy, no escribiría sus tesis en latín; las escribiría en las lenguas del dolor humano. Hablaría de los niños sin hogar, de las guerras que desangran pueblos, de la corrupción disfrazada de fe, de la destrucción del planeta por intereses disfrazados de progreso.

Diría que la Iglesia necesita dejar de mirar al cielo para ignorar la tierra. El Evangelio reformado no puede ser neutral. No puede callar ante la injusticia. Porque la fe que no incomoda al poder se convierte en cómplice. El Cristo que proclamamos no murió para fundar templos, sino para formar conciencia. Y esa conciencia nos recuerda que el Reino de Dios no es un ideal lejano, sino una tarea urgente.

Quizás la gran Reforma del siglo XXI no será doctrinal, sino humana. Una Reforma del amor, donde cada creyente redescubra el sentido de servir, de cuidar, de compartir. Una Reforma donde la ortodoxia ceda paso a la misericordia, donde las iglesias vuelvan a ser hospitales del alma y no torres de prestigio. El mundo no necesita más teólogos que sepa debatir sobre la gracia, sino más cristianos que la encarnen. El desafío de la Reforma hoy no es defender nuestras tradiciones, sino testimoniar la fe con obras de justicia, de compasión y de verdad.

La Reforma no es una fecha; es una actitud. No es un evento; es un proceso. No se trata de recordar a Lutero, sino de atrevernos a ser Luteranos en espíritu, hombres y mujeres que aman tanto a Dios que se atreven a cuestionar todo lo que lo oscurece. Hoy, más que nunca, el mundo necesita creyentes reformados: no por etiqueta, sino por compromiso; no por tradición, sino por convicción; no por teología, sino por amor. La Reforma sigue llamando, y su voz resuena con urgencia en un mundo cansado de discursos vacíos y hambriento de autenticidad. Quizás Dios sigue susurrando, como hace quinientos años, las mismas palabras: “Levántate, Iglesia. Reforma tu corazón, y reformarás el mundo.”
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